miércoles, 23 de mayo de 2007

De mis muertes...



No podría concebir la vida sin un morir constante, he muerto tantas veces y en tantos lugares he muerto en un taller mecánico, dentro de un consultorio, en un salón de clases, caminando a mitad de una avenida, en un cuarto de hotel, sobre una casa abandonada, con el dentista, en una sala audiovisual, el cine, un bar, entre los productos de un supermercado y con el control de la televisión en la mano.
He nacido dos veces pero he de morir mil veces, por que es ahí, en ese bello morir, donde nace la contemplación y surge el entendimiento que crea al silencio y sólo el silencio es capaz de liberar el calor interno que suscita la vida, como él sol que origina la fotosíntesis de la belleza.
Y al final sin darme cuenta, de mis ojos brotan semillas que germinan flores sobre el mundo, flores de piel, de metal y de plástico que suavemente devuelven su polen a mis pupilas.
La calma inexplicable abraza mis células, el aire que respiro se torna apacible y tibio, el sudor de los trabajadores huele más dulce que el pan que llevan entre sus brazos para la mesa de sus hogares, mi espíritu como cualquier otro animal cambia de piel, las voces que me dividen callan, las yemas de mis manos cosquillean queriendo tocar, el encuentro de otro es inevitable, mis labios y boca se convierten en un instrumento expresivo de mi corazón que sonríe y el esbozo de su sonrisa se multiplica en rostros de desconocidos y al final todo se distiende en relativo orden, un orgasmo de vapor templado se disemina lento, más lento muy lento hacia mis adentros. La muerte fecundando a la vida...

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