domingo, 4 de mayo de 2008

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Siempre le ha gustado hojear con la mirada las piernas de las mujeres, indudablemente por su cualidad de bisagras de la puerta más bella del mundo. En esta ocasión no hay mucho que ver, solo algunas urracas con trapos estrambóticos que presumen amar el arte, hembras que hacen perder la libido al menos un par de meses a cualquier hombre que las observe detenidamente. Demóstenes se escurrió en una exposición de arte conceptual para beber y comer gratis. Esta vez no malgastó el tiempo y se dirigió directo a los bocadillos y el vino. Una vez que le pagaron su atención con el sosiego de su hambre fue a recorrer los pasillos de la galería. Alegremente decepcionado se escapa del laberinto de fauces habitadas por lenguas circunspectas y mamonas. Al menos los cómicos involuntarios le regalaron algunas de esas sonrisas tenues que bailan adentro de uno como niñas traviesas.

El vino instintivamente robado es bebido con el aire como compadre. La bebida de vid y el viento son una exquisita mancuerna en lo que a placeres aromáticos respecta. La botella rompe dos veces; un silencio relativo y su cuerpo liberando el vacío sobre el fondo de un río de pavimento. El rectángulo de asfalto elevado y convexo con incrustaciones metálicas intercaladas sobre sus bordes que aun desconoce que le citan puente, es la mejor opción de trayecto para un perro nostálgico como él y una paradoja interesante sobre la vida y la muerte para sus rancios botines. La acústica de un viaducto desolado siempre ofrece una atmósfera ideal para el pensamiento y para la evocación. Un simple sonido puede ser la brecha que hace que se aparezca en todos lados, ¡CRUJIR!, todo tiembla, en la suela, lengua negra de sus zapatos las hojas crujen conteniendo su nombre…