miércoles, 31 de octubre de 2007

Insectario tragicómico

Solía vivir con un gusano de corazón en la cabeza
Que me susurraba palabras de invierno,
hace tiempo que no se deja escuchar…

En la sombra de un minuto de lucidez
Se esconden días-mosquitos de desesperanza.
Evacuando lentamente los cadáveres
Que eyacula la lengua, en la melodiosa guerra de las ideas

Navegar sobre un velo permeable
Entre el humanismo y la misantropía
Acallar siempre sobre la ironía y la nada Retornar de nuevo a la pulsión de muerte
Para generar un par de pulgas-vida

Contemplar como las larvas intelectuales
Devoran desesperadamente las crisálidas
De mariposas que ya no existen. Con la esperanza
De desarrollar alas propias sobre el vientre, para que duela
Un poco menos y golpear un poco más fuerte.

Enmudecer y entristecer por la escasez de seda
¿Alguien aún genera seda?
¿Alguien recuerda como se sentía la seda sobre los labios?
Seda, dulce seda…

Las mantis religiosas alumbrando insectos de cinturas frígidas
Alimentadas por heces de negra culpa
Mientras el asco los incita a devorar la cabeza de sus creadores.
Es el karma biológico de la cruz…

Donde me encuentre a ese Dios, sin pensarlo
Le introduciría una tarántula en la entrepierna…

Ensombrecer la sonrisa para no abaratarla
Refrescar la tristeza para que no se endurezca
Recordar la poca importancia de las líneas
Que no permiten deformar la forma deformada
Donde se encuentran las verdades relativas
Que sostienen la existencia de las libélulas

Caminar para adelgazar y poner en forma el pensamiento
Llegar siempre tarde a la cita inevitable con uno mismo
Burlarse de los caracoles lánguidos que han perdido su casa
Como a 2 cm. de distancia.

Renovar algo de fuerza con una simple sonrisa
Seguir caminando después de levantar los hombros
Indicando que: “Yo no sé ni madres, pero el camino esta entretenido”

Jugarle una travesura a la abuela de 87 años y salir huyendo
Como cucaracha asaltada con luz. Intuir que pronto ya no podré hacerlo…

Recordar como mi amada se asía ferozmente en mi pecho
Como si no existiera un mañana en el hoy de ayer
Extrañar como al invierno a esa arañita de avellana…
Que se pierde y me olvida entre sus patitas
Y sus múltiples ojos anochecidos.
¡Pinche vieja! Como le amo…

domingo, 21 de octubre de 2007

AC CHARAL 3 IN A ROW

Mi hermano y su nueva novia en el sillón procurándose delicias al oído. El código ético para hacer inmoralidades que subyace entre mis hermanos y yo, me invita a encerrarme en mi alcoba, con el pretexto de limpiarla un poco y así liberar a los amantes de mi incomoda presencia.

Unos gritos aciditos con mi nombre como estampa me invocan desde afuera de la casa. Hago ruidos antes de abrir la puerta, advirtiendo con un bostezo falso y unas pisadas fuertes la salida de mi cuarto y de esta forma enfriar el acto que se entibiaba en la sala. Mi hermano coloca las manos en un lugar menos comprometedor. Cruzo la sala sin voltear siquiera hasta llegar a la puerta principal, la entreabro asomando medio cuerpo y la cabeza. Las vocecillas me anuncian que jugamos a las 5:00 p.m. Mi teléfono celular anuncia las 4:00 p.m. “Entrenador vamos contra los relámpagos” a lo lejos el más precoz del grupo murmura << ¡ja! ¿Contra esos weyes? Si están bien pendejos>>. De nuevo los enanos me avisan casi a la hora del juego. Muy solemnemente les digo ¡órale weyes! junten a los demás… ¡en chinga!

Regreso por una sudadera y algo de dinero para completarles el arbitraje. Es evidente que tendremos que prescindir del raite. El dueño de la pick-up que esta fuera junto a la banqueta de mi hogar pertenece a mi hermano. Lamentablemente conozco muy bien sus prioridades y dos horas a solas con su nueva conquista, no tienen, en ningún sentido y bajo ninguna circunstancia punto de comparación con el hecho de ver a mis charales curtiéndose la vida sobre un campo de juego.
Salgo, el aire que anuncia el invierno me recibe. Volteo y 10 cabecitas ingenuas con camisetas de todos colores me esperan sobre la caja de la camioneta. Les indico que se bajen, con el pretexto de que hoy nos iremos corriendo para llegar calientes al juego. (Ellos no tienen por que saber de los deslices de mi broder)

Todos nos apresuramos, son 20 minutos de travesía entre el Mariano y el Pipila donde se encuentra la Cancha 4. Durante el trayecto se hace la vaquita para pagar su arbitraje. Hoy se juntaron $23.50, no lo suficiente, me resigno a completar el resto. Llegamos 5 minutos antes de la cita con el balón. Lo primero que hacen es buscar afanosamente a sus enemigos del día, con la intención de medirse antes del juego. En las gradas, sobre la esquina alta de la derecha se encuentran nuestros rivales y entre ellos un rostro familiar. “El popeyin”, al parecer nuestro defensa central estrella cambio de bando. Nos engaño a todos diciendo que su mamá ya no lo dejaba venir a los juegos. La traición era un aliciente extra para ganar el partido.

El silbante pita el final del juego que precedía el nuestro. Todos me rodean pidiendo jugar y exigiendo su posición preferida dentro de la cancha, pero la ecuación no me da. Tengo cinco que se dicen delanteros, cuatro medios un portero y ningún defensa. Solo 7 pueden entrar y no puedo jugar con 5 “delanteros”. Así que los redistribuyo, con una alineación 2-3-1.

Tres tristes charales salen a la banca, y se postran con sus manos agudas y los ojos atentos sobre la malla para no perder el desarrollo del partido con la premeditada intención de notificarme cualquier error de un compañero y aumentar así su probabilidad de participar en el juego.
Un desbalance notable existía entre mis enclencles pero talentosos muchachos y el otro equipo. Protesto cortésmente al árbitro por dos jugadores contrarios que casi alcanzaban mi estatura, con aretes de cristal rosa en cada lóbulo del oído y más bello facial que yo. El árbitro solo se limita a preguntarles la edad. Los evidentes cachirules responden “trece señor” el silbante se restringe a decir “esta bien, jueguen”. Mi primera rabieta se muerde sobre mi rostro y puños. A lo lejos en las gradas un niño grita ¡saquen a mi papa! Refiriéndose al más alto de los relámpagos. Lo que hace retorcerme de risa.

El juego comienza con un rápido 2-0 a favor. La tenacidad de mis diminutos pupilos rápidamente se gana la simpatía de la gente que presenciaba el evento. (En la psicología del juego, la gente siempre tiende a apoyar al de apariencia más débil). Antes de terminar el segundo cuarto me revientan al primero y el silbante recurre a los primeros auxilios llaneros: sujetar las dos piernas del herido tomándolo por los tobillos para llevar las rodillas al rostro. Remedio universal para cualquier lesión de campo. Hago mi primera sustitución. El juego continúa y al parecer los golpes hacen mella en el empuje de los charales. Nos dan vuelta al marcador 3-2 al finalizar el tercer cuarto. Hago dos cambios según yo estratégicos para revertir el marcador. Pero a decir verdad cuando realizo un cambio solo lo hago “pss a ver que pasa”. Esta vez funciona rápido mi inteligente movimiento táctico. Empatamos 3-3. Pero de igual forma nos meten el 4-3. El balón en nuestra posesión, el tiempo en nuestra contra. Los míos tirando una y otra vez sobre el marco enemigo hasta que por fin un zurdazo fulminante nos da el 4-4. La algarabía en el público. Yo con la elegante frase que naturalmente se desprende de mi ante los sucesos más emocionantes del juego, festejo: ¡Awebo mijos!

El final del encuentro, nos vamos a penales. Tres jugadores por equipo, dos fallos y un acierto por bando. Muerte súbita. Elijó a mi sobrino para que defina el partido, por su estirpe estaba convencido de que no fallaría y así fue: un tiro esquinado por la parte inferior izquierda nos daba la ventaja, (como lo haría su tío en sus buenos tiempos), solo era cuestión de que los gigantes relámpagos fallaran. El ex-charal, el “popeyin” coloca el balón sobre el manchon penal, todos los nuestros haciendo presión sobre él impío y los suyos apoyándolo en el momento más crucial del juego. Y de pronto ¡Justicia! El balón revienta en el poste, ¡si! ¡Ganamos! Todos se abrazan y rodean a los héroes del día. Como era lógico lanzan una que otra burla sobre los vencidos. Inmediatamente les señalo que por su integridad y la mía no lo hagan, (a decir verdad los parientes calvos de los relámpagos no tenían cara de gente amistosa), Así que los dirijo rápido fuera de la cancha para evitar fricciones.

Nuestro tercer sábado sin conocer la derrota es un gran suceso para un equipo que en su debut le propinaron un nada honorable 21-1. Y en los cuatro subsecuentes partidos los resultados no fueron muy distintos.
Durante el trayecto de vuelta todos preguntándome si observe sus grandes hazañas ocurridas en el juego, yo les asiento todo: “Si Danny, si vi el sombrerito que le aplicaste al grandote” “Si Moi, si vi como te faulearon” “Si Horacio, si vi tu golazo de fuera del área” “Si Brandon, si vi cuando te quitaste como a tres”. “Si Otoniel si vi como el popeyin se fue todo aguitado”…

Llego a mi casa después de ser escoltado por 10 escuincles futboleros. Al parecer el partido no fue suficiente y continuaran pateando sobre el asfalto de la 18 de marzo. Antes de entrar a mi casa aplico la misma técnica, (Pisar y hacer ruidos fuertes), en esta ocasión se me ocurre llegar dizque cantando. No es mi intención sorprender en extrañas posiciones a los cariñosos amantes que deje antes de irme al juego. Pero ya se han ido, terminaron rápido según parece. Entro a mi cuarto para continuar con mi migraña existencial que deje pendiente, pero los sutiles círculos dibujados en las cobijas de mi cama parecen indicar que mi cuarto fue habitado y lo confirmo con algunos residuos plásticos abandonados en el bote de basura. De pronto surge en mí un impulso notable de lavar mis sabanas. Y opto por leer algo en el cuarto de lavado mientras la lavadora danza escandalosamente…

viernes, 19 de octubre de 2007

Suinfanticida..

Escribir para expulsarme fuera, deshacerme de mi por un instante. Dejarme encargado sobre una hoja o un espacio como este, capaz que procesar letras. Las ideas se me vienen a la cabeza con fecha de caducidad y el intestino de mi cerebro no es tan veloz como el de mi estomago. La sustancia para procesar es más vacía, menos tangible. Los dientes no trituran hay que deglutirlas todas, el dolor y el ruido para la garganta del cráneo en ocasiones es intolerable !no me soporto!. Ordenar mi alcoba es igual de complicado que ordenar mis pensamientos. Y sobre ese instante me acuso de morder afuera, con la inconsciente intención de buscar sicario, pero mi cáncer no responde a beligerantes pasiones, ingenuas complacencias o vanidosas retoricas. Si no a algo más ingenuo, menos complicado. Algo como unos zapatos rotos, chocolate alrededor de los labios y unas manitas apuntandome con una pistola de juguete...

sábado, 6 de octubre de 2007

...

Mis palabras son un gran ropaje, una gran cantidad de materia etérea, mierda metafisica en la mayoría de los casos que cubren vulgarmente mi esqueleto inocente. Hoy hago un intento precoz por desnudar mis letras, desvestirlas para no morir ahogado por su peso. Intentar desvanecerme antes de llegar al punto final. Prefiero escribir sobre la arena del desierto interno del tiempo, que no come pero tampoco defeca, por que es boca, intestino y recto, unidos en un solo tiempo en una sola nota, serpiente devorando su cola... a nada se escribe por que nada se recuerda, es música tragada por sus notas, guillotina de la imagen, cáncer del todo. Sensación de oleaje que me arrastra hacia mi microscopico lugar en el universo. Ceder la dirección, quedarme quieto para sentir el movimiento, nadar, nadar, flotar y sonreir...